… algo acerca del Jabón
Existen documentos que mencionan el uso de muchos materiales jabonosos y agentes limpiadores desde la antigüedad.

Los agentes purificantes que se mencionan en el Antiguo Testamento no eran verdaderos jabones, sino un producto hecho únicamente con cenizas de corteza de árbol.

En el siglo I D.C., el historiador romano Plinio el Viejo describió las diversas formas de jabones duros y blandos que contenían colorantes, conocidos como rutilandis capillis, que utilizaban las mujeres para limpiar sus cabellos y teñirlos de colores brillantes.

La producción de jabón era común en Italia y en España durante el siglo VIII. Alrededor del siglo XIII, cuando la industria del jabón llegó a Francia desde Italia, la mayoría de los jabones se producían a partir de sebo de cabra, con ceniza de haya que proporcionaba el álcali. Tras distintos experimentos, los franceses desarrollaron un método para la fabricación del jabón utilizando aceite de oliva en lugar de grasas animales.

Hacia el año 1500, introdujeron sus descubrimientos en Inglaterra. Esta industria creció rápidamente en ese país y en 1622 el rey Jacobo I le concedió ciertos privilegios.

En 1783, el químico sueco Carl Wilhelm Scheele simuló de forma accidental la reacción que se produce hoy en el proceso de hervido en la fabricación del jabón (descrito más adelante), cuando el aceite de oliva, hervido con óxido de plomo, produce una sustancia de sabor dulce que él denominó Ölsüss, pero que hoy se conoce como glicerina. El descubrimiento de Scheele permitió al químico francés Michel Eugéne Chevreul investigar la naturaleza química de las grasas y los aceites que se usan en el jabón. Chevreul descubrió en 1823 que las grasas simples no se combinan con el álcali para formar el jabón, sino que se descomponen antes para formar ácidos grasos y glicerina. Mientras tanto, en 1791, el químico francés Nicolas Leblanc inventó un proceso para la obtención de carbonato de sodio o sosa, utilizando sal ordinaria, que revolucionó la fabricación del jabón.

En algunas zonas del continente americano, el jabón se hacía principalmente en el ámbito doméstico utilizando grasas animales derretidas. Sin embargo, hacia 1700, los habitantes de algunas zonas obtenían la mayor parte de sus ingresos de la exportación de cenizas y grasas empleadas en la fabricación del jabón.

A lo largo de la Historia, el hombre ha prestado a la dentadura una atención mayor de lo que a primera vista pueda parecernos hoy.

Aunque la dentadura postiza ya era fabricada por los etruscos, en el siglo VII antes de Cristo, sirviéndose para ello de piezas de marfil, o sustituyendo los dientes perdidos por otros de animal (primer transplante conocido en la Historia), a pesar de eso -decimos- el hombre antiguo prestaba atención a sus dientes.

Era asunto de importancia, tanto que en la antigua civilización egipcia una de las especialidades médicas más prestigiosas era la de dentista, hace 4000 años. Los odontólogos de la refinada cultura del Nilo conocían los efectos perniciosos de una mala dentadura, y sugerían a menudo curiosos y pintorescos remedios para conservarla en buen estado. Entre estos remedios estaba el “clister, o lavatiba” dental tras cada una de las comidas.

Entre las civilizaciones del Mediterráneo, los griegos desarrollaron buenas técnicas dentales. Se fabricaban dentaduras postizas para los casos perdidos, y conocieron la figura del dentista antes que la del médico general. En el siglo VI antes de Cristo, los dentistas griegos eran muy solicitados por el pueblo etrusco, que como es sabido, sobresalió en la Historia por la blancura de su sonrisa enigmática. Fue el pueblo etrusco el primero en crear una especie de Facultad de Odontología hace más de 2300 años, donde se hacía transplantes de muelas y sustitución de piezas dentarias perdidas por otras de oro.

También en Roma era habitual el cuidado de la dentadura, y el poeta hispanorómano, Marcial, habla con toda normalidad de su dentista personal, un tal Cascellius.

Evidentemente, tan importante parte del cuerpo requería cuidados. El médico latino Escribonius Largus inventó la pasta de dientes con ese fin, hace dos mil años. Su fórmula magistral (secreta a la sazón) era una mezcla de vinagre, miel, sal y cristal muy machacado. Pero antes que él, los griegos utilizaban la orina humana como dentífrico, y Plinio, el famoso naturalista del siglo I, aseguraba que no había mejor remedio contra la caries…, creencia que curiosamente era sostenida hasta el siglo pasado.

En cuanto al cepillo de dientes. como hoy lo conocemos, fue idea de los dentistas chinos de hace 1500 años. Con anterioridad a esa fecha, los árabes usaban ramitas de areca, planta de palma cuya nuez era a su vez un excelente dentífrico, teniendo así, en un mismo producto, cepillo y dentífrico juntos. La areca fue también aprovechada por los habitantes del lejano Oriente con el mismo fin, aunque la mezclaban con la hoja del betel y con la cal resultante del molido de las conchas de ciertos moluscos. Con aquel útil mejunje se obtenía lo que ellos llamaban “buyo”, especie de chicle masticable que mantenía los dientes limpios, blancos y relucientes, y alejaba el mal aliento.

También las tribus negras del Alto Nilo emplearon y emplean hoy un peculiar dentífrico: las cenizas resultantes de la quema del excremento de vaca, con lo que obtienen la reluciente blancura de sus dientes.

El cepillo de dientes que hoy conocemos fue invento del siglo XVII, y desde esa fecha ha conocido pocas modificaciones. En la Corte francesa se utilizaba un cepillo de dientes elaborado con crines de caballo o de otros animales, con muy buenos resultados.

En nuestro siglo, una de las innovaciones del cepillo de dientes, el llamado “cepillo milagro”, del Dr. West, de 1938, estaba elaborado con púas de seda que permitían una perfecta higiene bucal, y que daría lugar, tras subsiguientes innovaciones, al producto que hoy tenemos todos en nuestros cuartos de baño.






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